Hoy quiero acercarme un poco a ti para darte un poco de apoyo y, perdona mi arrogancia, consuelo
en la medida de lo posible.
Hay pocas cosas más dolorosas que la muerte de un hijo o una hija. Pierdes no sólo a alguien que
quieres ya antes de que nazca, también todo lo que podríais haber hecho y compartido juntos.
Sueños, esperanzas y deseos se van en un suspiro, en el atronador silencio que dejan las palabras de
un sanitario. Unas palabras que nunca esperaste oír y que te arrancan un trozo del alma al
pronunciarse dejándoos a tu pareja y a ti sumidos en la tristeza.
A partir de aquí todo se vuelve caos, sientes ira contra el mundo, te preguntas qué podrías haber
hecho e incluso te culpas de lo que ha sucedido, como si lo que ha pasado fuese decisión tuya o
tuvieses algún control sobre ello. No es así, no hay nada que pudieses haber hecho, dicho o pensado
que impidiese que pasase. Sencillamente, mala suerte.
Nadie te había explicado que los accidentes ocurren, que la posibilidad existía y que, maldita ruleta,
de vez en cuando le toca a alguien y esta vez os toco a vosotros.
Tampoco te habían explicado que la sociedad no iba a entender tu pérdida, que ibas a sentirte mal
por hablar de ello a no ser que sea con gente que ha pasado por lo mismo. Tabú social lo llaman,
como si te importase el nombre.
Lamentablemente somos muchos, uno ya es demasiado, por eso espero que el apoyo de tu pareja,
familia y amigos, así como de conocidos, asociaciones, de todos los que te rodean, te sea útil, y que,
cuando te encuentres con fuerzas, hables de ello y te desahogues. Tú decides cuando.
Espero que estés bien, que el tiempo vaya mitigando, porque no desaparece, ese dolor que sentiste,
que un recuerdo amable y un cariño sincero vayan llenando el hueco de tu corazón y que, aunque
nunca olvides a tu estrella, seas capaz de sonreír y alegrarte de nuevo.
Date tiempo, te aseguro que la cosa mejora.
Un abrazo desde el fondo del corazón.